Tocqueville diagnosticó este mal en la democracia moderna hace dos siglos:
La voluntad de hombre no está destruída, sino ablandada, doblegada, dirigida, y constantemente impedida de actuar, tal poder no destruye sino que impide la existencia, no tiraniza sino que reduce, enerva, extingue y estupidiza a la gente, hasta que cada nación quede reducida a no ser nada mejor que una multitud de animales tímidos y laboriosos, de los cuales el Gobierno es el pastor.
¡Oh, que yo no tenga súbditos enemigos
cuando extranjeros adversos atemorizan mis ciudades
con el espantoso despliegue de la invasión violenta!
Shakespeare