martes, 29 de marzo de 2016

Dos conclusiones importantes:



La primera,
Que ninguna corriente de pensamiento político será fecunda si basa su ideario en la enemistad, aunque entre los objetivos de dicha corriente se incluyan cambios que se oponen totalmente al sistema que se desea cambiar. 

La segunda.
Que el socialismo es la única doctrina con el suficiente ímpetu sanador para lograr construir una sociedad más justa, que es sin duda el objetivo más noble al que se puede aspirar. 

La justicia ha de servir como elemento de comunión entre los hombres, y comunión significa paz; ahora bien, bajo ciertas circunstancias la única manera de encontrar la anhelada justicia exige de ciertos sacrificios. Ningún sistema se ha implantado a lo largo de los siglos sin la intervención de las armas.

Las acciones de cualquier índole, sin embargo, requieren de un principio que las mueva, la cuestión fundamental reside en saber si dicho principio justificará los medios que se utilicen para alcanzarlo. Porque el socialismo no es solamente el cambio en las relaciones sociales, en la titularidad de los medios de producción y en la repartición de la riqueza. El socialismo es un sentir, una forma de vida.

Cada individuo se ve necesariamente afectado por las circunstancias de la nación a la que pertenece, por ello su involucración en las cuestiones de Estado mediante la política es una consecuencia lógica. 

Este proceso desemboca inequívocamente en el patriotismo, no en aquél del que alardean tendencias derechistas para ahondar las diferencias entre clases, sino ese al que el mismo filósofo se refería al afirmar: el patriotismo verdadero es la crítica de la tierra de los padres y construcción de la tierra de los hijos.