martes, 4 de abril de 2017

Un estado de universal estupidez:

En una democracia lo primero que llama la atención es una innumerable multitud de hombres, todos iguales, incesantemente ocupados en obtener los mezquinos y miserables placeres con los que sacian sus vidas.

Cada día el ejercicio del libre albedrío del hombre se vuelve menos útil y menos frecuente; circunscribe la voluntad a límites cada vez más estrechos y gradualmente le va quitando al hombre el goce de sí mismo... tal poder no destruye, pero minoriza la existencia; no tiraniza, pero comprime, enerva, restringe e idiotiza a un pueblo, hasta que cada nación es reducida a nada más que un rebaño de tímidos e industriosos animales, de los cuales el gobierno es el pastor.

En una democracia los hombres están extremadamente impacientes en la persecución de satisfacciones reales y físicas. Como siempre están insatisfechos con las posiciones que ocupan y siempre están en libertad de abandonarlas, no piensan en nada más que en los medios de cambiar su fortuna o incrementarla. Para tal tipo de mentalidades, cada nuevo método que lleva a un camino más corto hacia la riqueza, cada máquina que ahorra trabajo, cada instrumento que disminuye el costo de la producción, cada descubrimiento que facilita placeres o los aumenta, parece ser el más grandioso esfuerzo del intelecto humano.