Estas actitudes reduccionistas no favorecen la explicación.
A menudo el ser humano tiene la querencia a dar explicaciones demasiado simples a fenómenos que, en realidad, son profundamente complejos. El resultado suele contentar al teorizador, pues le permite dar respuesta rápida y sencilla a algo que de otra forma le costaría mucho más comprender.
Algunos psicólogos explican esto por la necesidad innata que el hombre tiene de sentir seguridad; el hombre se siente seguro y obtiene una gran satisfacción emocional al comprobar que todo lo que le rodea y acontece tiene una explicación y encaja perfectamente en su particular cosmovisión del mundo.
Lo contrario, le frustra sobremanera. Por eso las teorías conspirativas son tan populares, pues, aunque enrevesadas, permiten dar una respuesta casi instantánea y cuya correcta comprensión exige de un mayor esfuerzo intelectual.
A esto hay que sumar la también innata propensión que el ser humano tiene a identificarse siempre con una de los participantes en cualquier tipo de disputa, sea ésta deportiva, militar o política.
Los liberales, los socialdemócratas, los conservadores, los comunistas no digamos, todos tienen sus internacionales y se apoyan entre sí.