Catastrófico futuro le espera a una humanidad que solo vive para buscar un amo al que someterse. Miserable vida le espera a quien se entrega por entero a los dogmas, condenando al ostracismo su libertad de juicio y capacidad de razón. Doblegarse deliberadamente a un tercero es el producto inevitable de los que ya decidieron ser esclavos de sus ideas; de los que buscan en el exterior la prisión que ya llevan por dentro.
Para este hombre genuflexo, este «homo contra naturam» — recordemos a Ortega y Gasset: «Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejecutar la libertad»—, el hombre libre es un peligro para su mera existencia, pues supone la permanente representación de todo lo que podía y debía ser, pero no fue.
Para el cobarde y falto de intelecto, el desidioso sin metas ni virtud, solo le queda el primitivo instinto de someter y ser sometido. Mientras que el esclavo común odia al liberticida que le fustiga y encadena; el esclavo a voluntad reserva ese odio, no para el caudillo ante el que se postra, sino para el hombre que decide no ser como él y seguir siendo libre en obra y pensamiento.
Para estos miserables de vida condenada, voluntad derruida y cerebro petrificado, solo les queda una existencia llena de odio, envidia y resentimiento contra todo aquél que decide vivir en arriesgada libertad antes que en seguro e inquebrantable cautiverio.
Para estos miserables de vida condenada, voluntad derruida y cerebro petrificado, solo les queda una existencia llena de odio, envidia y resentimiento contra todo aquél que decide vivir en arriesgada libertad antes que en seguro e inquebrantable cautiverio.